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Elecciones, ideología y nuevas derechas

Por Roberto D'Alessandro



La inminencia de las elecciones de medio término en Argentina ha echado a andar una vez más la maquinaria de encuestas, opiniones, editoriales, operaciones de prensa, declaraciones y demás dispositivos comunicacionales que, lejos de constituir un análisis predictivo de un eventual resultado, conforman de hecho la evidencia de que el acto eleccionario no se reduce al domingo de la votación sino que es un proceso, un esfuerzo deliberado de acción político comunicacional cuya función más importante consiste en imponer la ilusión de que existe una opinión pública de la cual los medios “solo dan cuenta”, sin asumir que son ellos mismos los que tematizan, interpretan y visibilizan diversos tópicos de la discusión política a favor de intereses particulares aunque corporativos y anónimos. Como muchas veces ha sido dicho, más que opinión pública, lo verdaderamente existente es la opinión publicada con la que se modelan (con éxito) opiniones y actitudes.


Las encuestas de estos días, por ejemplo, indican que al tope de las preocupaciones de los argentinos se encuentra la inflación. Reducir el problema de la economía a la inflación no solo es una simplificación pobre del problema (tomar el síntoma por la enfermedad), sino una operación ideológica por la cual se habilita su tratamiento como una cuestión meramente técnica y a la que un elenco de economistas ortodoxos siempre está dispuesto a solucionar. Pero si no fuera este el caso, y el país atravesara por un sostenido periodo de estabilidad monetaria, los profesionales de la opinión publicada tendrán el recurso de recortar un nuevo problema, supongamos la “inseguridad” y tratarlo con la misma finalidad, la de que hay un consenso, una síntesis de las opiniones personales expresada en la ilusión de la existencia de una opinión pública ya dada que demanda mano dura con el delito y por extensión a lo que no se encuentre normalizado.


El recorte temático que los medios de comunicación realizan sobre la realidad conlleva otro efecto ideológico: el de asumir la desconexión de la parte con el todo. La realidad presentada a través de los medios aparece fragmentada, inconexa, parcializada, deshistorizada y del mismo modo se configura en las representaciones que los sujetos se hacen de ella facilitando la adhesión a y replicación de opiniones, slogans y clichés que tan menudo escuchamos repetir en todas partes. La desconexión parte-todo nos habilita a pensar que el poder se interesa especialmente por ocultar un núcleo de cuestiones sobre las que prefiere no hablar o no deben ser revisadas.


En años electorales una pregunta retorna siempre: ¿Cómo puede alguien votar contra sus intereses? ¿Que hace que un trabajador o un jubilado apoye partidos que claramente impulsan recortes y ajustes fiscales que significan menores ingresos? ¿Cómo puede alguien que siempre ha trabajado para otros votar a un empresario? ¿Cómo puede estar equivocada tanta gente?


La persistencia de un importante núcleo de votantes de derecha aun entre los sectores populares, o de bastiones como la Ciudad de Buenos Aires, en donde el PRO es capaz de ganar en las circunscripciones más pobres de la ciudad, hacen pensar en el “engaño” la “estupidez” o la manipulación ideológica en la que caen los ciudadanos. Sin dudas no es por allí que lograremos aclarar el problema.


Me inclino más a pensar como el recordado Ernesto Laclau quien sostenía que no existe una conexión “natural” entre una determinada posición socioeconómica y la ideología que la acompaña, por lo que no tiene sentido hablar de “engaño” ni de “falsa conciencia”, como si existiera una norma que estableciera la conciencia ideológica “adecuada” inscrita en la misma situación socioeconómica “objetiva”. Toda construcción ideológica es el resultado de una lucha hegemónica para establecer / imponer una cadena de equivalencias, una lucha cuyo resultado es por completo contingente y no está garantizado por ninguna referencia externa como la “posición socioeconómica objetiva”. Si esto es así, entonces el proceso de decisión del voto es mucho más complejo e involucra mas variables que la clase social.


Es que la ideología neoliberal ha inscripto esos intereses objetivos de manera diferente. Las personas no se mueven solo por su bienestar económico, sino que se mueven también por identificaciones, por personas en las que se referencian, por la publicidad, por formas de entretenimiento que no son en principio políticas pero que modelan gustos, opiniones y aspiraciones. Para entender cabalmente esto, es necesario despojarse de la creencia en la acción racionalmente orientada y asumir que el deseo que habita en cada uno no se satisface sino solo momentáneamente y que el objeto al que está dirigido muta y cambia.


La derecha neoliberal posee un discurso que divide y confronta en terrenos que no son los puramente económicos, ámbito al que tradicionalmente se reservaba. Es más, de lo que menos prefiere hablar es de economía. Suma a su agenda temáticas de género, educación, salud, uso y administración del espacio público, modernización y cercanía en la atención al ciudadano, etc. En todos ellas es capaz de imprimir la filosofía neoliberal, como un ethos gobernado por las nociones de eficiencia y racionalidad. El neoliberalismo ya no se presenta como un decálogo de medidas o un consenso, sino como un núcleo de valores comunes, visiones y prácticas compartidas que llevadas al campo económico naturalmente desembocan en los valores del mercado. Más que machacarnos con un programa económico, la derecha liberal hoy se esfuerza por proponer un estilo de vida, un núcleo de valores del que la economía de mercado es una consecuencia lógica y tácita a la vez.


En términos generales esa ideología se arroga la defensa de valores ligados a la propiedad privada y la república. Tal vez el mayor acierto del neoliberalismo hoy es haber dejado de presentarse como un conjunto de medidas estrictamente económicas y ofrecerse en cambio como un modo de vida respetuoso de la libertad, la propiedad y de la iniciativa de los individuos.


La idea de libertad que sostiene la derecha neoliberal (y con la que ha ganado modestamente la calle en estos tiempos pandémicos) la habilita a romper todo acuerdo o regulación que obstruya la consecución de sus deseos inmediatos. El mandato por ese uso particular de la libertad es tan fuerte que las derechas hoy día no necesitan mantener una relación honesta con la verdad (pueden sostener las teorías más estrafalarias) ni hacer caso de los imperativos sanitarios o medidas de gobierno como el impuesto a la riqueza.


¿Qué sucede cuando la oposición de clase de base económica (pobres y obreros contra banqueros y grandes empresas) se traspone/codifica como la oposición entre los honrados trabajadores "a los que nadie le regaló nada" y los progresistas decadentes que hablan lenguaje inclusivo, apoyan el aborto y la homosexualidad, descreen de las tradiciones y la meritocracia?


Tal como señala Slavoj Zizek, la diferencia fundamental entre la lucha feminista /antirracista /anti sexista y la lucha de clases es que, en el primer caso, el objetivo es traducir el antagonismo en diferencia (coexistencia “pacífica” de sexos, de religiones, de grupos étnicos), mientras que el objetivo de la lucha de clases es precisamente el contrario, es decir, “radicalizar” la diferencia de clases para transformarla en antagonismo de clase. Por eso la serie raza–género–clase oculta la diferente lógica del espacio político en el caso de la clase: mientras la batalla antirracista y la antisexista se guían por la búsqueda del pleno reconocimiento del otro, la lucha de clases trata de vencer y someter, incluso aniquilar, al otro. Aunque no se trate de una aniquilación física directa, la lucha de clases tiende a la aniquilación del rol y la función sociopolítica del otro. En otras palabras, aunque sea lógico decir que el antirracismo quiere que a todas las razas se les permita afirmar y desarrollar libremente sus objetivos culturales, políticos y económicos, no tiene evidentemente sentido decir que la lucha del proletariado tiene por objetivo permitir a la burguesía afirmar plenamente su identidad y sus objetivos sociales… En un caso se trata de una lógica “horizontal” de reconocimiento de identidades diferentes mientras que, en el otro, se trata de la lógica del combate contra un antagonista.


En la actual crisis económica, todas las exigencias que el capitalismo le hace al sujeto (de rendimiento, meritocráticas, de consumo, éxito etc.) se encuentran severamente frustradas. Pero a diferencia de lo que sucede durante los gobiernos progresistas, los gobiernos de derecha tienden a quitarse de encima con mucha facilidad el juicio de la historia. Por ello, a poco de dejar el gobierno se encuentran en condiciones de confrontar duramente como oposición. La alianza que conforman los partidos de derecha con los medios de comunicación y el Poder Judicial ha dañado severamente la democracia al confluir en un relato que disimula sus verdaderas intenciones bajo el discurso de valores abstractos como la democracia, la república, la honestidad, libertad etc.


La batalla cultural, con la que tanto empeño libró el campo popular para conseguir derechos sociales y políticos nuevos a la ciudadanía, ha sido también lo que permitió al neoliberalismo, llevar la discusión hacia tópicos extra económicos, dimensiones de la vida que no se miden con la precisión de una cifra (coeficiente de Gini lo ejemplo) y poner permanentemente en discusión la legitimidad de la diversidad expresada en las nuevas subjetividades y estética contemporáneas, atribuyendo a estas expresiones y a los agentes políticos que toman estas causas como propias, la culpa de la decadencia de nuestro país.


La caracterización más extendida hoy respecto de las próximas elecciones, es el registro de un importante descreimiento y decepción entre la población. Volver a colocar en el lugar central de la discusión y la agenda electoral al programa económico y las políticas redistributivas (suponiendo que el gobierno las tenga) es hoy imprescindible para ceñir la adhesión de las mayorías al proyecto nacional y popular.

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